Siempre he creído que un relato puede aportar a la literatura pequeñas gotas de entretenimiento y diversión; a la vez, que sintetiza, en pocas líneas, la diversidad de problemas morales, sociales y culturales que plantea la naturaleza humana. Es capaz de construir personajes, en pocas escenas, hasta lograr que adquieran la grandeza de los héroes o la pobreza de los miserables. Basta con mover los mecanismos narrativos que el lector necesita para que se despierten sus sentimientos más profundos.
El relato, como forma literaria, puede parecer, y de hecho lo parece, una parte menor de la literatura; un hecho rápido que se llega a concebir en su totalidad antes de comenzar a escribir y que parece antepuesto a la novela cuya elaboración es más lenta y prolongada. Una concepción literaria que no permite los cambios en profundidad en cuyo devenir los personajes son incapaces de sufrir grandes transformaciones, pero no es así. Al decir de notables autores como Julio Cortázar o Gabriel García Márquez, el relato es un hecho contundente, comparable a un combate de boxeo.
Según Cortázar, la novela es como un enfrentamiento prolongado que consigue atrapar al lector asalto tras asalto mientras que el relato lo sorprende por KO; y eso es cierto. Este género literario ofrece obras acabadas en sí mismas, que convencen por el efecto final, inesperado e imprevisible. Este libro, estimado lector, pretende solo eso, que cada pequeña muestra de lo que contiene enganche tus emociones, te sorprenda y sirva para que, rápidamente, en el breve lapso de unas pocas páginas puedas pasar de la tristeza a la alegría, de la desazón a la euforia o de la furia a la piedad. Ojalá lo consiga.